Dibujo de Juliana García
En marzo Comenzó! HABITAR LA VENTOLERA un proyecto de La Ventolera casa de arte 🎪 que cuenta con el apoyo del Instituto Nacional del Teatro . Busca integrar la comunidad, estudiantes de arte y recursos artísticos para enriquecer la vida cultural del barrio El Pilar de la ciudad de Salta. A través de cuatro etapas promueve la participación activa en la creación y apreciación artística; desde obras de teatro y títeres hasta artes visuales y letras. Se trabajará con vecinxs, estudiantes del campo artístico, docentes y artistas en la creación y apreciación de obras, abordando temas como la vejez, la memoria y la identidad barrial. El proyecto apuesta por la participación activa, la diversidad cultural y la sostenibilidad, consolidando a La Ventolera como un espacio de encuentro y creación artística comunitaria.
Las cuatro etapas del proyecto son:
Etapa 1: 🧡 “Querida vejez” tendrá como motor el espectáculo teatral “Secreta Receta con Cancioneta” relacionado con el vínculo entre infancias y adultos. Esta etapa culminará con una obra realizada en cerámica por estudiantes del Taller de cerámica (1° año) del Profesorado de artes visuales de Salta, en homenaje a vecinos y vecina mayores de nuestro barrio que se dispongan a participar.
Etapa 2: 🍃 “Otros Vientos” tendrá como motor los espectáculos de títeres en miniatura del grupo “Murmullos Teatro de Títeres Ambulante” que se vincularán con estudiantes del Profesorado de Teatro, la comunidad teatral y la comunidad barrial de La Ventolera. A partir de la técnica de títeres en miniatura y una 🔍 investigación barrial con vecinas y vecinos del barrio construirán espectáculos de títeres lambe lambe para compartir con la comunidad.
Etapa 3: 📖Club de Espectadores, coordinado por el Grupo de Investigación “Claudia Bonini” (Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades, Universidad Nacional de Salta. -CONICET-) que generará textos críticos a partir de las producciones artísticas sucedidas desde el inicio del proyecto.
Etapa 4 - 📰Club de fanzines y stickers, coordinado junto a la cátedra de 1ro 1ra de pintura del Profesorado de Artes Visuales del Instituto Superior de Artes. Se realizarán talleres de confección de fanzines y stickers a partir de los textos realizados por el club de espectadores y de la experiencia de habitar La Ventolera, se compartirán de manera impresa entre vecinos, vecinas y público de La Ventolera. ✨
✨ ¿Qué significa formarse como espectador? ¿Cómo habitar la escena y no solo mirarla? Desde el Grupo de Estudios y Crítica Teatral “Claudia Bonini” (ICSOH-CONICET-UNSa), junto a la Facultad de Humanidades y La Ventolera, colaboramos en el proyecto Habitar La Ventolera.
🎭 Una experiencia en la que no se trata solo de ver teatro, sino de participar, intervenir, relatarlo, pensarlo. Porque cada espectador sensible es también un actor político en la escena cultural de Salta.
📝 Estamos escribiendo nuestras experiencias, construyendo memoria viva del teatro que nos atraviesa. Celebramos el legado del Teatro Universitario y de Claudia Bonini como pulsos que siguen latiendo en las prácticas actuales.📌 Creemos en un teatro que se camina, se respira y se piensa en comunidad.
Qué se está cocinando en La Ventolera? de María Rosana Fernández
El día 22 de marzo de 2025 asisto por primera vez a La Ventolera “casa de arte” (como lo anuncia mi entrada), y por el número que se me asigna en la misma supongo que soy la espectadora número 33. Es mi primera vez en este espacio, pero claro que ya sabía de su existencia. Se trata de una casa que por fuera se deja ver muy colorida y llamativa. El objetivo es ver la obra “de” títeres: “Secreta receta con cancioneta”, de Luciana Rajal y Andrea García. El programa, que me dieron (afuera) y que recién vi al llegar a casa, anuncia, por un lado, “Teatro y títeres” y por el otro “para las infancias”.
No obstante, aquí me encuentro yo con mi adultez a punto de atravesar una puerta que me devuelva quizá por un rato a mi niñez. Una vez adentro de la casa observo que la sala donde se desarrollará la obra se encuentra a oscuras. Los espacios son pequeños pero acogedores y se respira un aire de hogar. Mientras espero el inicio de la obra, decido recorrer el lugar, atravieso la sala y me encuentro con dos espacios, hacia la izquierda un patio y hacia la derecha una biblioteca que decido recorrer.
Comienza a llegar más gente, me ofrecen un lugar adelante y me acomodo.
Puedo percibir que esperan niños, pues unas pequeñas sillas rojas, aún sin ocupantes, se destacan en la primera fila. Inmediatamente un pensamiento recurrente me incomoda y es que quizá tendría que haber invitado a un niño o niña. Entre los espectadores hay muchos jóvenes, que se acomodan en la pequeña sala, unos adelante y otros atrás, en una especie de tarima o tribuna. Finalmente, puedo ver solo dos niños no muy pequeños con sus madres (según mi parecer); aunque bien puede no ser así.
La sala con una música suave de fondo, casi totalmente a oscuras con una tenue iluminación me permite mirar la escenografía propia de un teatro de títeres con algunas variantes que llaman mi atención. Del teatrino cuelgan una bolsa, un recetario, utensillos propios de la cocina y algunos condimentos que llevan por nombre “agüita” o “rocío”; también hacia un costado un teléfono antiguo.
En la parte central de la escena, por delante del teatrino y totalmente enfocada se destaca la “presencia” de una mesa de cocina que rompe al instante mi vaga idea de un teatro de títeres. Dicho elemento me provoca dudas e inmediatamente pienso si me encuentro o no ante una función de títeres. Mi duda se disipa por un rato cuando inicia la obra y aparece el personaje de la abuela que irrumpe en escena, entonces rápidamente supongo que no me encuentro ante una obra de títeres...
Mientras la abuela intenta preparar las empanadas mágicas suena el teléfono…es su hija y le avisa que Marcelina (la nieta) se va a quedar con ella ese día. De pronto un golpe brusco y fuerte en la puerta (de la sala) anuncia la llegada de Marcelina, una pequeña, alegre y traviesa, a quien le gustan los cuentos y sueña con ser una princesa. Más tarde la aparición de los muñecos me devuelve a mi clásico teatro de títeres, y la vacilación y fluctuación atraviesan mi experiencia. No obstante, la conjugación y fusión que se logra entre personajes y títeres conforman un todo exquisito en esta obra que me permite viajar en el tiempo y achicar la distancia entre la adulta que soy y la niña que llevo dentro.
Con Marcelina pude regresar a aquellos momentos donde se me prohibía saltar, correr o jugar en pies descalzos …quizá porque no era propio de una princesa. La obra me atravesó profundamente y me llevó a reflexionar acerca del poder de las palabras y cómo estas pueden convertirse apenas en un instante en buenas, malas y hasta en palabras mágicas…todo depende de nosotros.
::::::::::::::::::::::::::::::
Del juego al asombro: crónica de una obra para todas las edades de Gonzalo Delgado
El sábado 22 de marzo, salí de mi casa rumbo a La Ventolera, una casa de arte que realiza diversas actividades como la puesta en escena de obras de teatro, talleres de cerámica, de títeres, etc. Mi intención en esta ocasión, era presenciar “Receta secreta con cancioneta”, de Luciana Rajal y Andrea García, una obra de teatro y títeres para las infancias.
Llegué al lugar media hora antes y ya se encontraba fuera un grupo de jóvenes esperando, desde el lugar, sacaron un conjunto de sillas para que la espera fuese más cómoda, gesto que me hizo sentir acogido y en confianza por la informalidad del acto, como si estuviera visitando amigos.
Repartieron las entradas y fuimos pasando al lugar. La sala estaba acomodada de manera que permitía a todos ver el escenario cómodamente. Al frente las sillas estaban intercaladas y hacia atrás, una tarima escalonada les daba altura. Ya acomodado en la parte frontal, puse mi atención sobre el escenario.
Una cocina ocupaba el centro, y detrás, una pared con utensilios de cocina y un teléfono antiguo, completaban el escenario. Yo, que esperaba una obra de títeres, quedé confundido pensando en tal acomodo. ¿Actuarían desde detrás de la cocina? Como mucho solo cabría una persona, ¿Lo harían desde la pared de la cocina?, pero entonces, ¿por qué la cocina estaba al frente y en el centro?
Se hizo silencio en la sala y comenzó la obra, el primer personaje en aparecer fue “la abuela”, que entró caminando desde una puerta lateral de la sala, cruzando por en medio del público. Luego, por el mismo lugar, pero tocando la puerta, llegó el segundo personaje, “Marcelina, la nieta”. Con una actuación vivaz, Marcelina robó la atención del público, era una niña inquieta que solo pensaba en jugar, mientras su abuela intentaba calmarla y seguirle el ritmo.
El consumo de una empanada mágica y un deseo de Marcelina, provocaron el cambio del escenario, la cocina quedó cubierta por el agua y los personajes cambiaron a títeres. A partir de aquí, la acción cambia a un castillo en una isla rodeada de agua, donde la niña siguió pidiendo deseos hasta gastarlos todos. Es entonces que el escenario vuelve a la cocina y reaparecen las actrices en escena para cerrar la obra con el último acto.
Fue una obra muy divertida de presenciar, los recursos cómicos no faltaron, la magia se hizo presente y las actuaciones fueron excelentes, todas mis preguntas quedaron respondidas en la obra y, sobre todo, cuando al leer el panfleto observé que rezaba “teatro y títeres”, y no “teatro de títeres”, como había presupuesto en un inicio. De todas maneras, esta confusión mía, no hizo más que aumentar mis expectativas sobre la obra, por lo que considero que fue un “error feliz”, ya que me permitió asombrarme por la manera en que resolvieron mis dudas.
Para concluir, debo decir que es una obra que recomiendo mucho ir a ver, muy bien pensada y puesta en escena, y sobre todo, es una obra para todas las edades, con esto no me refiero solamente a que personas de cualquier edad pueden presenciarla, sino que es una obra que personas de todas las edades pueden disfrutar, sentirse interpelados, representados, encantados por la magia y tal vez, envueltos por la nostalgia de una infancia que sigue presente, oculta en algún rincón. Sin más, espero que puedan disfrutar de esta obra, hasta pronto.
El teatro es un fisura en pañales dejando un profundo silencio en la sala por Leandro Arce De Piero
Fuimos a La Ventolera a participar de Chau Héctor (o el problema de contar mal la historia), la última producción del grupo Sin Papeles, con la actuación de Maximiliano Rocha y Maira Bulacio bajo la dirección de Lilian Tupac Latringlia quien, además, es el autor del texto dramático. La sinopsis de la obra advierte que vamos a hacer una inmersión en el tiempo mítico, momento en que se mezclan la fantasía y la pesadilla, la esperanza y fatalismo de un destino que los humanos no controlan.
Frente a la elección entre la muerte o la esclavitud, el clemente domador de caballos, Héctor, hijo de Príamo, rey de Troya, elige la primera. Se enfrenta a los aqueos en una batalla que termina con su asesinato a manos de Aquiles. Su cadáver es arrastrado por un carro alrededor de la muralla que protege a Troya; su cuerpo - como el de Polinices - es dejado a la intemperie, privado de cualquier trascendencia porque según antiguas creencias solo las honras fúnebres garantizan el ingreso a la otra vida. Príamo intercede tras doce días para que el cadáver de su hijo sea devuelto, la Ilíada finaliza con los funerales de quien fuera el último héroe troyano. La puesta en escena de Sin Papeles ocurre cuando el mito ya habría perdido su fuerza de actualidad.
Sin embargo, el viaje al pasado que nos propone la obra es más complejo, como anticipa el tono satírico del título. La aclaración - “el problema de contar mal la historia” - nos lleva a preguntarnos no sólo cuál sería la versión correcta de lo que contamos, sino fundamentalmente los efectos de la Verdad y del Saber, esos hermanos mellizos del Poder. Para desarmar esos efectos - y sus afectos como la tranquilidad de lo que se conoce y se controla - Chau Héctor nos lanza a las zonas indefinidas, al espacio fronterizo y a los tiempos yuxtapuestos.
“Aquí y ahora” es la primera expresión que, desde ahí en más, mantiene a los espectadores suspendidos en lo indeterminado. Lo que pasa es que “aquí” no es sino la zona indefinida entre dos allá, una frontera que se define por la discontinuidad frente a lo que ya no es aquí. Y “ahora” no es sino ese tiempo que se mantiene a vilo de disolverse en el pasado y la amenaza de olvido o multiplicarse en el futuro y la ansiedad de lo impredecible. Sin dudas, el mantenerse al borde del abismo asumiendo el riesgo de, como dice otro gran personaje del teatro occidental, ser y no ser: he aquí el nudo semántico-afectivo que trama la experiencia con esta puesta en escena provocadora y mordaz.
La obra cuestiona el estatuto del teatro mismo. Desde una ética disconforme y disidente, niega la palabra santa de los popes teatrales y la tan repetida - ¿y ya gastada, quizá? - asunción de que el teatro es convivio. Chau Héctor se obstina allí donde el convivio todavía no ocurre, donde la reunión no es posible, donde dos miradas se encuentran, pero cuyo encuentro nadie puede ver, en mantenerse en la zona problemática donde aquí no es aquí, ahora no es ahora y yo/nosotros no somos yo/nosotros. “No todavía” sería una expresión apropiada para dar cuenta de la sintaxis de la puesta en escena.
Al llegar a la sala y junto con las entradas se nos entrega un pequeño vaso de plástico que contiene una pastilla misteriosa. Al adentrarnos en la poética nos encontramos con que la historia toma al Héctor troyano como espejo del Héctor en escena, quien aguarda en un hospital los efectos mortales de una droga experimental que, también se sugiere, los espectadores deberíamos probar. Efectivamente, este estar-entre y lanzado a lo incierto de la muerte, al borde mismo entre la ficción y la realidad conmueven visceralmente al espectador, quien debe entregarse irremediablemente a la incertidumbre de no tener certezas acerca de qué está pasando en la escena.
Por momentos pesadillesca, por momentos sumamente sutil e irónica, con giros políticos y guiños a las audiencias especializadas, Chau Héctor nos ofrece una experiencia que roza la locura y se asoma a la muerte con lúcido atrevimiento. Entre cabezas cercenadas, cuerpos humillados por el saber médico, hombres entregados a su fatalidad, saltos atléticos entre registros actorales y poéticos, la obra nos dejó pensando en qué es el teatro, cómo lo definimos y qué deberíamos esperar de una experiencia estética que se sitúa justo en el borde del cuerpo y la palabra.
................................................
De vuelta a la niñez de Pilar Hearne
05/04/25
"Escuela Tres Nubes de las Chaskas"
Un sábado frío, uno de los primeros del otoño, me aventuro a experimentar, por primera vez desde que era niña, una obra de teatro infantil. La función fue el el teatro independiente La Ventolera, donde todos los sábados a esta misma hora se dan funciones para niñeces. Una propuesta divertida y educativa para nuestros pequeños espectadores.
Se trataba de una función de títeres, manejados por Andrea Garcia con una naturalidad y una técnica que denotaban sus años de oficio. Todo estaba dispuesto con un enfoque educativo.
La historia transcurría en la puna, región rural salteña emplazada a 3000 ms sobre el nivel del mar. En este contexto, estuvo muy bien explicado, a través del libro, cómo es el día a día de les niñes habitantes de esa zona, cómo llegan a la escuela, las largas caminatas, entre otras particularidades de vivir en una zona de altura. En escena, vimos a tres personas: Silvina Martinez, quien contaba la historia como si fuera un cuento y tenía a su disposición un libro interactivo muy llamativo, lleno de colores y texturas, para armar y desarmar; Carmen Ruiz de los Llanos, quien personificó a una maestra en la escuelita rural e interactuaba con los títeres, manejados por la anteriormente mencionada Andrea Garcia.
Giraba en torno a Daiana, una alumna de la escuela Tres Nubes de las Chaskas, quien con su personalidad carismática y explosiva hacía reír a les niñes asistentes a la función; y su maestro. Todo marchaba normal, hasta que un día el maestro tiene un accidente en su moto, generando conmoción en Daiana y sus compañeros. Para pasar el mal trago, Daiana rememora los bellos momentos que pasaron con su maestro, y todas las cosas que él les enseñó.
Para pasar del presente al pasado, usaron recursos como el cambios en la iluminación y silbidos. Al principio, me había parecido un muy buen recurso, pero más tarde me hicieron notar que les niñes estaban algo perdidxs, puesto que estaban leyendo la obra de manera lineal sin terminar de interpretar los saltos temporales. Me hizo preguntarme qué puede hacerse para que esto no suceda, pero llegué a la conclusión de que ese “problema técnico” también puede tener, a la larga, un fin educativo.
Otros recursos, como la utilización de perspectiva al usar títeres más pequeños cuando estos se encontraban más lejos, me parecieron ingeniosos y creativos. Lxs niñxs estaban completamente sumergidxs en la historia, incluso una niña pudo participar de la puesta.
Fue una experiencia emocionante, que me remitió a la ternura de esos años de inocencia, tanto por el ambiente creado, al integrar sillas pequeñas, por ejemplo, como por el silencio y la curiosidad de esos pequeños espectadores, que viven sus primeras experiencias en el teatro. Quiero remarcar la importancia de que este tipo de funciones existan: son una ventana al mundo para estos pequeños, y no podemos perderlas. Espero que se siga enseñando esde la ternura, la curiosidad y la inocencia.
Entre cerros: un compromiso con la ternura, con el arte y con las infancias por Leandro Arce De Piero
Escuelita tres nubes de las Chaskas del grupo Ají Teatro de Títeres nos lleva a cerros que a pesar de estar ahicito no más - o justamente por tenerlos tan cerca - los tenemos naturalizados. Sin embargo, nada sería que nos pasara desapercibido el bello paisaje de las cordilleras salteñas si no fuera que allí hacen sus vidas, tejen sus sueños y juegan sus aventuras esas personas que muchas veces no entran en el mapa, pero que hacen huella y territorio.
La puesta en escena invita a lxs espectadores a conectar con esas tierras - ¿lejanas? -, con su gente, con la propia infancia y con la palabra que acuna haciendo sentipensar. Andrea García, con su caja y sus coplas, nos da la bienvenida. Como las abuelas y las maestras, Sil Martínez cuenta una historia que va a ser entretejida con cuerpo e imaginación. Como el libro de tela y bordados, todo en esta propuesta escénica es artesanal, hecho puntada a puntada por Gabriela Zarandea, Carmen Ruiz de los Llanos y Andrea García, estas dos últimas también actrices y dan vida a títeres que nos llevan a la simplicidad de la infancia, pero también a la artesanía de los grandes titiriteros que hicieron a nuestra provincia rica en arte e ilusión.
La historia transcurre en la escuelita que da nombre a la obra; allí, perdida entre cerros de tela y algodón, una inquieta Damiana de largos cabellos negros junto con sus compañerxs de escuela aprenden sobre la Puna y el Mundo entero. De la mano de su maestro Robustiano hornean bollos caseros, aprenden el verdadero nombre de las estrellas, recuperan la lengua de los abuelxs y se mezclan con el peso, el color y la textura de las piedras.
Pese a la belleza de los materiales puestos en juego en la obra, la hospitalidad con que se recibe a lxs niñxs antes, durante y después de la función, el cariño con que la cuenta-cuentos propone preguntas que más de uno se entusiasma respondiendo y las risas y sonrisas que es imposible contener, la propuesta de Ají Teatro de Títeres no es condescendiente ni complaciente. No se limita ni a la exploración plástica - de una hermosura indudable - ni al ejercicio de la imaginación ilimitada - que permite que Damiana vuele en nave espacial alentada por su maestra, interpretada por Carmen Ruiz de los Llanos.
La historia está teñida por las dificultades de la vida en la Puna y por las soluciones solidarias, creativas y oportunas de quienes hacen comunidad con amor y paciencia. Ante un triste accidente padecido por el querido “madestro” Robustiano, como le dice Damiana, la escuela toda se compromete con la ayuda y la contención. Asimismo, el relato rompe con una linealidad fácil y se enreda en tiempos afectivos donde la memoria, el presente y el deseo de futuro conviven sin apuro. Va y vuelve del presente al pasado mostrándonos que los vínculos se construyen con tiempo y perseverancia. También los recursos técnicos están puestos al servicio del juego, la emoción y el asombro que hacen de la puesta una experiencia sutil, pero de profunda imaginería.
Sin ser doctrinaria, deleita ver los guardapolvos blancos de las maestras y maestros que con mano cálida acompañan a las infancias en sus temores y juegos. También conmueve ese disfrute difícil de nombrar cuando las infancias en la sala nos enseñan, sin proponérselo, a lxs más grandes a comportarnos. Extraña pedagogía invertida, ellxs, libres de mandatos, prejuicios y de la disciplina del silencio, ellxs ríen, gozan, sufren, interactúan y se apropian de esta caja de fantasía y magia. Pronto los adultxs nos dejamos llevar por esa espontaneidad y somos capturadxs junto a lxs más pequeñxs, por el arte de los títeres.
Como si fuera poco, al finalizar la obra recibimos el último golpe de afecto. No es durante la puesta en escena, sino cuando las actrices nos cuentan que la historia está basada en una recopilación de relatos que recupera las alegrías y penurias de personas de carne y hueso que viven ahicito entre los cerros, a donde las ambulancias no llegan y donde los celulares no tienen señal, pero donde la gente vive y ama con profundidad cósmica, como las estrellas que el maestro Robustiano - con la fortaleza de su nombre - señala a sus asombrados estudiantes y a los ya sensibilizadxs espectadores. Porque a veces, para entender el mundo, alcanza con una escuelita entre cerros y la certeza de que el afecto, como las estrellas, no deja de alumbrar.
*Coordenadas para imaginar el futuro: desatar nudos para habilitar otras tramas*
Sobre La Amazona Atanudos de PAOLA DELGADO por L.A.D.P
La era del capitalismo de plataformas parece haber determinado comunidades cada vez más fragmentadas, amenazadas por el avance del extractivismo, el individualismo y la segregación. Y pese a la inminencia del colapso, habitamos una meseta que se extiende insondable. ¿Cuál será la chispa que encienda la revolución? ¿Qué quedará de las ruinas de este capitalismo viejo, pero vital? ¿Resurgirá de sus cenizas, como lo ha hecho tantas veces?
A estas preguntas nos empuja La Amazona Atanudos, escrita e interpretada por Paola Delgado. Nos sitúa en el año 2059, en un mundo quebrado, con olor a nafta y ceniza.
Bajo la dirección de Verónica Martínez Durán, la obra pliega el tiempo: arma una distopía que es, en realidad, el reverso pesadillesco del presente. Marta, la protagonista, tiene 49 años en la ficción, lo que implica que hoy, en 2024, apenas tendría quince: edad de utopías, rebeldías, sueños. Esa fuerza aún vibra en ella, pero embadurnada de frustraciones, fatiga y persistencia. Como su doble bíblico, Marta está atrapada entre la obligación y el deseo: quiere estudiar, pero la estructura social se lo impide.
Algunos elementos de la puesta refuerzan la polaridad entre poderosos y excluidos. Marta trabaja en el comedero Alto Las Flores, en un barrio popular, garantizando - con lo mínimo - uno de los derechos más básicos: comer. En esa cocina precaria, ella sostiene la vida de otros.
La escena transcurre en un cuarto austero, apenas una mesa y bancos. Allí Marta interactúa con un humanoide -resultado del trabajo conjunto de Delgado y Fernando Arancibia- que es a la vez cadáver, burócrata y máquina. Es un funcionario secuestrado, mezcla de cuerpo y dispositivo, que permanece inmóvil ante los gritos, sordo al hartazgo, ajeno a la revancha.
Del mundo de afuera llegan señales de una sociedad hipertecnológica: lentes de realidad expandida, interfaces entre humanos y mundo. ¿Qué se ve —o qué se oculta— a través de esos cristales? También llegan voces ausentes: no oímos a los afectos de Marta, solo sus respuestas. Su esposo y los jóvenes del comedor están fuera de campo, pero presentes en su tensión: ¿confesar o callar el secuestro? El estallido es inminente.
La obra nombra, con contundencia, un régimen de supervivencia sin salvación. Pero Marta no solo sobrevive: crea. Resiste con una imaginación insurrecta que quiere volver pública. A pesar de las condiciones estructurales, ella dibuja historietas, y en esas páginas su álter ego -la Amazona Atanudos, bautizada por su esposo cuando el amor aún era fresco- emerge como fuerza poética y política. Esa libreta gastada, oculta bajo sus ropas, más cerca del cuerpo que de la esperanza, cuenta otra historia.
Una línea invisible separa al espectador del cuerpo actoral. Y es la misma que separa a Marta de su familia, de los jóvenes, del burócrata inerte. Esa frontera puede caer. Y si cae, no solo compromete la verdad de la ficción: nos devuelve la responsabilidad del acontecimiento teatral y de lo comunitario en una sociedad clasista, racista y segregadora. Como si ese orden fuera inevitable, cuando en realidad es urgente cambiarlo.
También el teatro, como Marta, se arrastra entre cenizas y responsabilidad. El afuera golpea la puerta, el amor se ajó con el tiempo, y adentro queda una llama que resiste. Marta, como el teatro, se obstina en seguir ilustrando, aun con los colores desvaídos.
Ahí radica su potencia: en tensar el límite y desde la fisura implosionar la dominación.
Una teatrista amiga me dijo que hay que abaratar lo que el sistema valora -el poder tecnológico, el prestigio- y revalorar lo que cuesta, pero transforma: los vínculos comunitarios, el estar juntos, el teatro vital. Lo más crudo de La Amazona Atanudos es su familiaridad. Ese futuro, tan lejano en el calendario, está hecho con los mismos materiales que hoy nos duelen.
Por eso, al llevarnos al mañana, la obra nos confronta con lo urgente del presente. El teatro tiene la fuerza para desdoblar el espacio y plegar el tiempo. Pero sobre todo, lo hace desde la intensidad: no importa cuánto dure ni dónde ocurra, sino con qué densidad nos afecta.
Y en los cabos sueltos, como bien sabe la Amazona, tal vez esté el germen de lo que vendrá.